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lunes, septiembre 29, 2025

Nunca probó un cigarro, pero vapear le generó adicción a la nicotina

 


A sus 25 años, Sharon Mora vivía la vida como cualquier joven de esa edad: trabajaba, tenía novio, soñaba con ser mamá y de vez en cuando salía a alguna fiesta. Recuerda que tenía varios amigos que fumaban y que, cuando le ofrecían, lograba decir que no, porque no soportaba el olor que dejaba en la ropa, la piel y la boca de quienes lo hacían. “¡Nunca probé un cigarro, nunca!”, comenta.



Pero un día, en una de las fiestas se encontró con que algunos de sus amigos ahora también vapeaban y, como olía diferente y no dejaba mal olor, le pareció inofensivo usarlo y decidió darle unas “jaladas” o “puffs”, como suelen llamarle. De ahí en adelante, cada vez que iba a alguna fiesta, si le ofrecían vapear, ella lo hacía, hasta que un día decidió que era tiempo de tener su propio “vap”, porque, como ella misma lo cuenta, “todo el mundo se lo pasaba y ya eso no me gustaba”.




Sharon cuenta que su necesidad de vapear se iba convirtiendo en ansiedad y, como no podía llevarlo a su lugar de trabajo, recuerda que al llegar a su casa lo primero que hacía era vapear. Poco a poco, también empezó a ser lo primero que hacía al despertar. “Además, si comía o tomaba café, tenía que vapear; en la casa casi siempre lo andaba en la mano”, comenta.


Como se le acababa tan rápido, optó por comprar otro de 8 000 jaladas que le costaba como 10 000 colones, pero cada vez le duraba menos, por lo que finalmente se atrevió a comprar el de 20 000 jaladas


Al principio le duró cerca de dos meses, pero luego solo mes y medio e incluso 22 días, y si iba a alguna fiesta, le duraba tan solo dos semanas. “Sentía mucho dolor en la garganta y en la cabeza. Mi mamá siempre me decía que era por vapear, me mandaba videos en contra del vapeo y siempre me pedía que lo dejara, pero yo no le hacía caso, aunque en el fondo ya empezaba a sentir miedo. A veces dudaba, pero era tal la ansiedad que sentía si no vapeaba, que seguía haciéndolo”, relata.




Ya para ese momento, el consumo de vapeo era tan alto que incluso algunos de sus amigos le hacían ver que no estaba bien, además de los fuertes dolores de cabeza y garganta que antes no tenía. Recuerda que un día un compañero del hospital le comentó sobre la clínica de cesación de tabaco y vapeo que funcionaba en ese establecimiento de salud.


Reconociendo la ansiedad que manejaba, los cambios en su dinámica de vida y en su salud debido al vapeo, tomó la decisión de asistir. “Al principio me sentía muy rara porque solo iban señores que fumaban, pero luego me di cuenta de que teníamos mucho en común: nos pasaban las mismas cosas, sentíamos lo mismo. Yo, con dos años de vapear, sentía lo mismo que esas personas con 10, 20 o más años de fumar”, explicó.


Sharon relata que la doctora de la clínica la entrevistó y le hizo unas pruebas que ayudaron a determinar que tenía una alta dependencia a la nicotina contenida en los líquidos del vapeador. Por eso le prescribió un medicamento utilizado en las clínicas para los pacientes con alta dependencia a la nicotina.


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